Peligro: Arrogancia
Últimamente estoy mejorando en la lucha contra mi dispersión de intereses y estoy leyendo más sobre temas determinados. En concreto uno de los temas donde estoy profundizando es en lo que Pablo Malo ha denominado «una epidemia de moralidad» en su reciente libro.
Una de las reflexiones más interesantes es de donde le surge la idea de investigar sobre la moralidad: al vivir en el País Vasco vio como una parte de la población, que eran personas con principios morales, justificaba y apoyaba la violencia de ETA. Podéis escucharlo de su boca en este capítulo de Heavy Mental
La cuestión sobre la que estoy reflexionando es cómo es muy fácil dejarse arrastrar a la arrogancia cuando uno se siente moralmente superior. Y es aún más fácil caer en ello cuando te va bien. Es realmente tentador pensar que si te va bien se debe a que tus principios y valores son superiores a los del resto. Pero esto, además de no soportarse en ninguna evidencia, nos lleva a la arrogancia, y al desprecio de la moral de los demás. Un gran ejemplo es cómo intentamos proyectar en China nuestra cultura, y por tanto nuestra moralidad.
La moral se define desde aquello que una persona considera justo o injusto, y en ese entorno de máxima subjetividad es un ejercicio inútil querer tener «razón». Nos encanta tener razón, por lo que acallar al arrogante que llevamos dentro es un ejercicio difícil, pero absolutamente necesario si queremos conectar con los demás .
En las últimas semanas Samuel Gil está publicando en su newsletter Suma Positiva una serie de artículos titulada «La mente de los justos«, muy recomendable y totalmente conectada con el tema de este post.
Haciendo un extracto de lo que comenta Samuel, construimos nuestra moralidad en base a cinco parámetros (el cuidado, la equidad, la lealtad, la autoridad y la santidad), y las combinaciones de los diferentes pesos de cada una hace que los resultados tiendan a infinito. El símil en este caso sería la construcción de los gustos culinarios de una persona, a través de una combinación totalmente personal de sabores.
Todo ello nos lleva a entender que puede que no te gusten todos los «sabores de moralidad», pero todos ellos son perfectamente razonables y válidos, y que si buscamos objetivo común con otras personas no debemos creernos en posesión de la verdad y aceptar que hay otras sensibilidades.
¿Cómo nos aplica todo esto en Tecnofor? No siempre leo y escribo sobre aquello directamente aplicable a mi empresa, pero en este caso creo que lo hace de forma muy directa.
Cuando uno es consultor se dedica, por propia definición, a aconsejar a los clientes sobre la que considera mejor forma de hacer algo. Estamos en una posición de supuesta superioridad de conocimiento (solo en esa materia, que es para la que nos contratan) y es muy fácil que caigamos en discutir con el cliente sobre sus objetivos, y no sobre la mejor forma de alcanzarlos.
Por supuesto, un consultor puede discutir con el cliente sobre sus objetivos, pero avisándole y pidiéndole permiso previamente, haciéndole saber que podría estar traspasando las fronteras de sus servicios. En caso contrario lo que estaría haciendo es cuestionar su moralidad, lo que el cliente considera que es bueno y justo, y si algo he pretendido con este post es mostrar que nunca tendremos razón para hacerlo.
El cliente es soberano en su casa y tiene todo el derecho del mundo a decidir sus objetivos, como a todos nosotros nos gusta tener derecho a elegir los nuestros. De forma que lo único que debe discutir un consultor con un cliente, además de cual la mejor forma de alcanzar los objetivos de este, es si seguimos trabajando o lo dejamos por que consideramos sus objetivos incompatibles con los nuestros. Pero nunca es buena idea intentar transformar sus objetivos para que sean los nuestros, pues esto sería de una extrema arrogancia por nuestra parte y siempre será violento para nuestro interlocutor, por sentirse cuestionado en algo tan íntimo y personal como su moralidad.